
En el barrio de la Villa se respira limpieza, hermosura y sencillez todo el año. Manos cuidadosas de sus habitantes procuran que esto sea así día a día. Todos quedan encantados ¡qué bonito! ¡qué calles! ¡qué trabajo! ….dice todo el mundo cuando visita la Villa por primera vez.
Pero si hay un mes en el que la Villa destaca, comienza ahora..Quiero compartir con vosotros este texto de Manuel Molina dedicado a las mujeres de la Villa, creo que resume muy bien que la Villa no es un barrio, que la Villa es la gente que lo habitaba y la gente que lo habita. Espero que os guste

«Esta villa, como tantas que se asemejan, no es solo un laberinto de calles blancas y angostas, huérfanas de un Minotauro o finos hilos extendidos sobre el empedrado, es también un estado de ánimo, una porción de alama con vaivenes que llegan del agradable y efímero día clareado, que se sucede con letargo desde la bonanza primaveral hasta la inclemencia de los días lluviosos de invierno.
Esta villa, la antigua morada árabe y judía –la de los excluidos- ha visto en un mismo espacio muchos tiempos que la han poblado. Como si de una inalterable sucesión se tratase, los pasos de quienes han cruzado sus propias vidas, gentes laboriosas, con cansancio y con dudas, encomendados sin remisión a las rachas que hacían crecer los interiores de las casas o que los envolvía en dolorosos silencios.
(…)
Por su parte, las mujeres han vivido una breve juventud, casi sin enterarse, como ajenas a ellas. Inevitablemente en dura ofrenda secular han tenido la misión del cuidado: el de un marido muy jóvenes, también propiciado por dar a luz hijos a los que han hecho crecer sin plantarse si eran excesivos para poder atenderlos, puesto que había algo así como un dios caprichoso que los daba. Han cuidado a sus mayores, divididos en los de ella y en los de su marido y han cuidado sus pequeñas casas sencillas hasta hacerlas relucientes y un poco cálidas. Y no contentas con tanto cuidado se han dedicado al de sus puertas, al de los suelos de la calle empedrada, a las fachadas irregulares. Así es como no puede dejar de sorprendernos que aún hubiera tiempo, casi incisos, para una veta lírica en el cuidado de las macetas de geranios que lucen todo el año. El cuidado de la belleza nunca meditado: mecánico, instintivo, con algo de anestésico y analgésico. Es un virus que se enquista en los genes, es inevitable el amor a las paredes blancas y a sus macetas colgando como poesías escritas en la pared. Tiene tanto amor estas mujeres que ha sido infructuosa la pretendida revolución de quienes en rebeldía de una supuesta modernidad optaron por la pared aséptica, sin adornos, sin barroquismo, creyeron ser mejores. Eso sí, esa disensión efímera y respetada ha sucumbido tantas veces que nadie le hace caso. Les falta amor.
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En esta villa tañe la campana de una parroquia cercana envolviendo bajo su agudo timbre todo el barrio. Anuncia con un toque seco y pausado que alguien ha dejado su existencia, tan solo sabremos desde ese instante de su recuerdo. Cuando suena la campana de la parroquia con ese toque agónico y frío los pasos cansados de las mujeres ancianas de esta villa se paran y pasa por su cabeza un nublo que equivale a una vida entera, muy abreviada. De inmediato piensan “no he sido yo” y entonces con la sensación del sobresalto y el cansancio que provoca seguir vivas continúan su paso cansino entre las calles angostas.
En esta villa cas vez quedan menos vecinas que hayan surcado su existencia más de media vida entre sus calles, en los interiores de estas moradas irregulares y frías. Algunas han sobrevivido a una guerra, a una posguerra, a una dictadura, a una transición, incluso a varias mayorías absolutas y aún siguen vivas entre el exceso de pináculos en que convierten sus casas algunos vecinos con el dinero fresco de la modernidad. Perduran infatigables viendo pasar sonrosados turistas de calzón corto y familias vestidas de aventureros. No saben quienes las fotografían en silencio, entregadas a sus labores, que son gotas calcáreas resbalando lentamente por una pared húmeda. Se está yendo una generación.
«Mujeres en blanco y negro», Manual para subcampeones (Alfusal, Priego de Córdoba)