Acaba de finalizar la 9º edición del Otoño Sefardí en Córdoba. Si pasas por nuestro Facebook, encontrarás que hemos dedicado el mes de septiembre a la cultura judía y a mostrar algunas de sus tradiciones y personajes más influyentes.
Hoy les toca el turno a los ritos funerarios de la cultura judía, donde la muerte, no es vista como algo tráfico, sino como algo natural, un paso entre la vida terrenal y la vida en el más allá. ¡Si hasta en algunas comunidades sefardíes existía una costumbre llamada “kortadura de mortaja”! Esta tradición consistía en que la persona que veía próxima su muerte celebraba una fiesta con sus más allegados, durante la que preparaban la mortaja y la vestimenta que llevaría en el momento de ser enterrado. Una costumbre que quizás pueda chocar a muchos, pero que ayudaba a aceptar el hecho de la muerte con serenidad

La creencia en una vida después de la muerte, conllevaba una serie de rituales por parte de los familiares del difunto, que comenzaban por darle consuelo y compañía durante el proceso, en el que, además, la persona que va a morir es acompañado por el rabí, quien lo guía en el proceso del arrepentimiento y en la recitación de oraciones.
Una vez llegada la muerte, era muy importante cerrar los ojos del difunto inmediatamente, ya que se creía que, si seguía pudiendo vislumbrar el mundo terrenal, no sería capaz de ver el camino a seguir al más allá. El cadáver era cuidadosamente lavado y retirado todo el pelo. Este proceso era tan importante que la tradición establecía el orden en el que debía realizarse el lavado de las diferentes partes del cuerpo, el número de abluciones, la cantidad de agua usada, las oraciones a recitar, etc. Se le vestía de forma sencilla, estando prohibidos los adornos de oro o plata, aunque si que existía la costumbre entre los judíos sefardíes de colocar una moneda de oro o plata debajo de la lengua o en la mano del difunto
Otra costumbre de los judíos españoles era vaciar todos los recipientes de agua que había en la casa al fallecer una persona. El origen de esta tradición se debe a la creencia de que el “ángel de la muerte” limpiaba su espada en el agua que encontraba más cercana, una vez que había terminado su trabajo en la casa.
En el cementerio, el cadáver era enterrado en una fosa. Los sefardíes se inclinaban más por hacerlo sin ataúd, directamente sobre la tierra, pero eso dependía de las comunidades. Lo que si es cierto, es que si existía ataúd, se solía colocar un poco de tierra bajo la cabeza, o incluso realizarle algunos agujeros a la madera, para que existiera contacto con la tierra. El cuerpo se colocaba con los pies hacia el este, con la intención de que cuando el cuerpo del difunto resucitara el día del Juicio Final, al incorporarse, lo primero que hiciera fuera dirigir la vista hasta Jerusalén
A partir de aquí comenzaba para los familiares un luto que duraba hasta un año, pasando por diferentes fases. Al cumplirse el año, se colocaba una losa de piedra sobre la tumba.
En la provincia de Córdoba se han encontrado tres lápidas funerarias hebreas. Dos de ellas se encuentran el Museo Arqueológico de Córdoba y otra en el Castillo del Moral, en Lucena

La estela funeraria de Yehudah bar Akón es la única lápida funeraria hebrea encontrada hasta el momento en la ciudad de Córdoba, además de ser una de las lápidas funerarias hebreas más antiguas de toda España. Su propietario murió en el siglo IX, aunque la pieza fue reutilizada, habiéndose usado antes como arquitrabe en época romana. Esta pieza se encontró en el barrio del Zumbacón, descontextualizada y tirada en el interior de un horno, pero podría haber estado relacionada con el cementerio judío que debió haber en la zona.

Ésta, sin embargo, no fue la primera estela funeraria aparecida en la provincia de Córdoba. En 1958, durante la remodelación de una casa, apareció una lápida funeraria en Lucena. Estaba dedicada al Rabi Amicos, según algunos, un maestro de hebreo del norte de España que debió trasladarse a Lucena, donde fallecería en el siglo XII.
La importancia de Lucena en el mundo sefardí es incuestionable. En 2007 durante la construcción de la Ronda Sur de la ciudad se descubriría una parte de la necrópolis hebrea, excavándose 346 tumbas de época califal y postcalifal (siglos X-XI). La gran cantidad de tumbas convierten a este cementerio en uno de los más grandes de Sefarad, además del cementerio judío excavado más antiguo de toda la Península. Entre tanta tumba, sólo se encontró una lápida, la primera encontrada in situ de Andalucía. Se trata de la lápida del Rabí Lactosus, datada en el siglo XI, la época de mayor esplendor de la Lucena judía y que hoy día podemos contemplar en el Castillo del Moral de la ciudad.
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